En 1991 el licaón o perro salvaje africano (Lycaon pictus), una de las especies más vulnerables de África, se había extinguido por completo en el ecosistema de Serengeti, en Tanzania, cuando una epidemia de rabia canina diezmó su población, ya bastante castigada por la competencia de hienas y leones.
En 1997, la Universidad de Edimburgo inició una campaña para vacunar a los perros de los granjeros que vivían al oeste de Serengeti, zona densamente poblada, con el objetivo de evitar la expansión de la rabia entre sus habitantes y al mismo tiempo prevenir su aparición en los animales de la reserva.
De manera imprevista, la campaña de vacunación también permitió que los perros salvajes se recuperaran y generaran una población capaz de reproducirse y tornar viable la continuidad de la especie.
Ahora, la reserva de Serengeti cuenta con tres manadas de más de 40 perros salvajes cada una y renace la esperanza de su continuidad a largo plazo. Con 25 mil metros cuadrados de superficie y más de tres millones de grandes animales —hipopótamos, cocodrilos, búfalos y mandriles, entre muchos otros—, la interminable planicie de Serengeti es uno de los últimos refugios de vida silvestre que quedan en el mundo.