A raíz de una noticia publicada por El País la semana pasada (Encuesta del INE) sobre la Encuesta Trimestral de Coste Laboral del Instituto Nacional de Estadística (INE) en la que se hacía referencia a los salarios que reciben los trabajadores en España, la Confederación Empresarial Veterinaria de España (CEVE) denuncia que los veterinarios son el grupo peor pagado de todos los titulados españoles, con un sueldo de 997 euros brutos al mes. De hecho, comparten el vagón de cola de los sueldos más bajos junto con los servicios a edificios y actividades de jardinería (833,44 euros), los servicios de comidas y bebidas (887,75 euros), otros servicios personales (como peluquería o lavandería) (896,64 euros) y las actividades deportivas, recreativas y de entretenimiento (982,6 euros).
La CEVE, además, señala la falta de correspondencia con los datos que publicaba recientemente la Encuesta de Población Activa (EPA), en los que se indicaba que una vez terminados los estudios los veterinarios eran los profesionales que tenían un mayor índice de colocación. Este dato, según la CEVE no tiene en cuenta la emigración de los recién licenciados a otros países ni la precariedad salarial a la que se enfrentan en España.
Este problema no hace sino agravar los ya existentes que afectan al sector de la Veterinaria como son el elevado número de facultades que hay en nuestro país, 12, solo superado por Italia y que dobla el número de las que poseen algunos países de la Unión Europea como Reino Unido (7) o Alemania (5). Los decanos de las facultades de Veterinaria ya han advertido del peligro que esto representa (Desventajas para todos, Argos nº 165, pp. 14-16) ya que el elevado número de graduados que salen cada año de las aulas no puede ser absorbida por el mercado laboral.
Igualmente hay que señalar el grave problema que experimenta el sector desde septiembre de 2012 cuando se gravaron los servicios veterinarios a pequeños animales con un IVA normal del 21 %, cuando el resto de profesiones sanitarias están exentas de IVA. De este modo se pasó a considerar a las mascotas como un bien de lujo sin considerar las importantes repercusiones que esto podría tener en la salud pública.