La primera parte de este reportaje mostraba cómo los veterinarios Chelo Rubio y Oriol Talló trabajan con los delfines en la Fundación Oceanogràfic. Pero además de los delfines, otros muchos animales son susceptibles de formar parte de la actividad investigadora de zoos y acuarios. Es el caso de los pingüinos, en cuyas alas se acumulan elementos traza originados por alimentos y ambientes contaminados.
Para confirmar la bioacumulación de metales, un equipo de varios centros e universidades italianas analizó en el Acuario de Cattolica (Italia) una colonia de pingüinos de Humboldt, una especie clasificada como ‘vulnerable’ en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. También estudiaron el nivel de contaminantes de los peces que ingerían y lo compararon con datos de otra investigación en una colonia salvaje de pingüinos de El Cabo en África.
Los resultados, publicados en la revista Science of The Total Environment, demostraron que las aves que viven en cautividad tienen una menor carga corporal de metales que los que viven en el exterior, cuyas concentraciones se deben a entornos de alto impacto antropogénico.
Sobre contaminación de origen humana y efectos del cambio climático, desde la Fundación Oceanogràfic también se están llevando a cabo estudios en tortugas que llegan malheridas al centro de recuperación. Los científicos instalan unos sensores a los reptiles para controlar su actividad a lo largo del tiempo, antes de volver a ser liberados.
En 2014, los investigadores de la Fundación descubrieron que las tortugas sufrían el síndrome descompresivo, también conocido como el mal de los buceadores. “Se vio en las necropsias que tenían gas. Los pescadores las pescaban y veían que no tenían ningún tipo de lesión y las devolvían al mar porque parecía que estaban bien, pero luego aparecían muertas con este gas”, indica Chelo Rubio.
Los expertos empezaron entonces a introducir a los ejemplares rescatados en una cámara hiperbárica y estos se recuperaban al 100 %. “Si se tratan a tiempo se salvan. Todas las tortugas pescadas son traídas aquí, y aunque los pescadores piensen que están bien, las revisamos”, subraya la investigadora.
Para entender muchas de las causas de las muertes en estado salvaje, los científicos coinciden en priorizar el bienestar de los animales en cautividad. “Nos interesa desde una perspectiva propia y ética, como centro, pero a la vez hay bastantes estudios que demuestran que si queremos utilizar estos animales como modelo para conocer a los animales salvajes o en libertad, es necesario que tengan un buen bienestar”, comenta Oriol Talló.
La controversia de retener animales bajo el cuidado humano sigue muy presente en la actualidad entre ciertos sectores de la sociedad, pero la filosofía ha ido cambiando cada vez más.
“El debate debe girar en torno a si somos capaces de tener animales con niveles adecuados de bienestar y cuáles deben ser estos estándares de bienestar”, sugiere Talló. A este respecto, las leyes son cada vez más estrictas. En Europa, los zoos y acuarios no pueden mantener ningún animal que haya sido capturado en estado salvaje. La mayoría nacen ya en cautividad.
Muchas veces la polémica se centra en el uso de ciertos animales como los mamíferos marinos o los primates. “Se comete el gran error de enfocar el debate exclusivamente en primates, felinos, cetáceos y elefantes. Es un debate que tiene que ser científico, riguroso y no sé si está siendo así”, lamenta Talló, para quien la discusión debe concernir a todas las especies. Algunos estudios científicos han demostrado que cualquier vertebrado o cefalópodo es capaz de experimentar dolor o emociones positivas y negativas.
¿Pero cómo medir el bienestar en los animales que viven en zoos y acuarios? “Es difícil evaluar de manera objetiva el bienestar”, confiesa Rubio en los laboratorios de la Fundación. Pero no es imposible. Con sus estudios, los investigadores están intentando poner parámetros objetivos con los que medir si los animales están bien. “Habrá algunos que estén mejor dentro de un mismo espacio, pero dependerá de cómo se lleven entre ellos”, concreta.
“Muchas veces nos centramos más en cómo es la piscina, cuando en realidad medir el bienestar de los animales no es tan sencillo. Hay muchos otros parámetros que hay que evaluar”, añade. Para la comunidad científica, no es tanto una cuestión de cantidad de espacio, sino de calidad.
“Es clave centrarnos más en cómo está el individuo que en cómo es su entorno”, aclara Talló. Y para ello, el trabajo diario de los cuidadores es esencial.
“Nosotros realmente creemos en ello. Cada vez más vemos que no es solo una manera de vender entradas, sino de concienciar y conservar”, apunta Rubio, que apuesta por que los proyectos de investigación lleguen a toda la gente que visita los parques.
Oriol Talló va más allá: “La sociedad no se puede permitir el lujo de perder la figura de estos centros en los que se hace investigación con animales salvajes y para animales salvajes. Se trata de una herramienta de automejora. Son, o deben ser, centros de transformación social, de protección, de educación, y de conservación”. Solo un dato: si no existieran animales en cautividad, la medicina de cetáceos sería prácticamente nula.
Fuente original: Agencia Sinc / Adeline Marcos