Nacho de Blas es profesor del Departamento de Patología Animal en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza, y ha realizado un pormenorizado seguimiento de la evolución de la pandemia del coronavirus desde prácticamente su comienzo.
Después de un año, y sobre todo desde el punto de vista de un epidemiólogo veterinario, ¿qué hemos aprendido para luchar contra la COVID-19?
Lo primero de todo que hay que decir es que la cantidad de conocimiento que se ha generado sobre la COVID-19 y su agente causal, el SARS-CoV-2, no tiene precedentes. El problema es aplicar todos esos conocimientos teóricos a la práctica, y creo que hay dos puntos interesantes que destacar.
Por una parte, que los fundamentos para el control de esta pandemia son similares a los de cualquier otra y deben estar basados en tres puntos clave:
Como se puede ver tenemos prácticamente todas las herramientas necesarias para plantear un control efectivo de la enfermedad (aunque todavía nos hace falta un tratamiento efectivo desde las fases más tempranas de la enfermedad). El problema es organizar todas esas medidas y aplicarlas de forma coherente.
El segundo punto relevante es que la pandemia depende de múltiples factores que pueden cambiar con el tiempo y por lo tanto los planes de prevención y control deben ser dinámicos. Si nos remontamos al inicio de la pandemia, vimos que la aparición de pruebas diagnósticas rápidas y sensibles permitió hacer un rastreo más eficiente de los infectados.
Otro ejemplo es la demostración fuera de toda duda de que la transmisión se produce fundamentalmente a través de aerosoles, y apenas por contacto indirecto con fómites (objetos con superficies contaminadas); sin embargo todavía continuamos usando de forma exagerada geles hidroalcohólicos para manos y desinfectantes de superficies, mientras que no se están potenciando medidas de ventilación eficiente y el uso de alternativas (uso de mascarillas, filtros HEPA, rayos ultravioleta UV-C...) en lugares donde la ventilación natural no es viable o es insuficiente. Y por supuesto, el gran cambio en los planes de control es la reciente disponibilidad de vacunas efectivas.
¿Cree que el papel de los veterinarios en esa lucha contra la pandemia es relevante, y está siendo reconocido?
Pienso que podríamos haber aportado mucho más y, salvo en algunas excepciones, apenas se nos ha considerado. En primer lugar por nuestra amplia experiencia en la gestión de epidemias causadas por agentes infecciosos. Hemos demostrado a lo largo de los años nuestra capacidad para controlar y erradicar numerosas enfermedades, tanto a nivel regional (la más reciente la brucelosis ovina y caprina) como a nivel mundial (la peste bovina). Y para ello llevamos décadas usando de forma coordinada las herramientas a las que hacía referencia antes: control de movimientos, medidas de bioseguridad, diagnóstico precoz y uso masivo de vacunas. La mayoría de la población desconoce que la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) se creó tras la Primera Guerra Mundial, en 1924, con el fin de promover la sanidad animal en el mundo y asegurar la producción ganadera, mientras que su equivalente en salud pública humana, la Organización Mundial de la Salud, no se creó hasta 1948.
Además, entre los veterinarios siempre hemos tenido claro que las enfermedades infecciosas son un problema que hay que abordar de forma integral: no es suficiente con tener una vacuna, sino que las condiciones de producción y manejo tienen que ser adecuadas. También somos conscientes de que hay que tener preparados planes de contingencia para responder rápido ante cualquier amenaza, ya que las consecuencias de una respuesta tardía suelen ser devastadoras. Y por último, tenemos muy claro el concepto de Salud Global (One Health) donde las interacciones entre ganadería, animales silvestres, personas, patógenos y medio ambiente son muy complejas y determinan las estrategias para lograr un control eficiente de las enfermedades.
Hay gente que incumple las normas de confinamiento, y también quienes son contrarios a la vacunación. ¿Qué les diría a estas personas que no están de acuerdo con estas medidas?
Me parece que todavía hay mucha incultura científica y sanitaria. Es muy difícil explicar a algunas personas la necesidad de unas determinadas medidas (como las cuarentenas tras un resultado positivo) si no se entienden conceptos básicos como el periodo de incubación, la sensibilidad y la especificidad de las pruebas diagnósticas, la diferencia entre un antígeno y un anticuerpo, etc. Se ha hecho mucho trabajo de divulgación, pero hay que tener en cuenta que hay demasiada información en los medios y es complicado filtrarla, analizarla e interpretarla adecuadamente. La población está infoxicada, además de muy cansada tras tantos meses de pandemia, y también muy confundida por los continuos cambios de criterios. Ha llegado el momento en que muchas personas han optado por ignorar, no solo las recomendaciones del personal sanitario, sino las medidas obligatorias promulgadas por las autoridades sanitarias.
Instaurar un confinamiento es mucho más sencillo en poblaciones animales que en poblaciones humanas donde hay que considerar libertades y derechos constitucionales (y también obligaciones), actividades laborales, condicionantes socioeconómicos... Por eso el enfoque One Health debe incluir en el diseño de los programas de control a juristas, economistas, sociólogos, geógrafos, trabajadores sociales, etc. Cuando se plantea un confinamiento hay que ver si es posible cumplirlo, detectar las personas que no lo pueden cumplir, identificar los motivos y proponer alternativas. No es suficiente con aprobar una ley.
Sobre la vacunación no entiendo que haya gente en contra después de casi 150 años usando vacunas y comprobar que muchas enfermedades han dejado de ser un problema gracias a ellas. Puedo entender que haya reticencias a ciertas vacunas y por distintos motivos: celeridad en las fases en ensayo clínico, efectos adversos, tecnologías novedosas, efectividad frente a las nuevas variantes... Pero cada día que pasa todas esas posibles dudas se van despejando y se acumulan evidencias de que las vacunas frente a SARS-CoV-2 están funcionando relativamente bien y son seguras, superando las expectativas de los más escépticos (entre los que me incluyo). No son vacunas perfectas, pero casi ninguna lo es, y en los próximos meses llegarán nuevas vacunas mejoradas. Pero como comentaba antes, las vacunas no van a acabar con la pandemia si no se combinan adecuadamente con el resto de medidas. Como suelo repetir: las vacunas no son la solución, pero son una parte muy importante de la misma.
Por último, me gustaría comentar que si las leyes no son congruentes es normal que la gente esté en desacuerdo y se resista a cumplirlas. El ejemplo más reciente es la obligación de usar mascarillas al aire libre (en la montaña o en la playa) incluso aunque se garantice la distancia interpersonal de 1,5 metros. Se ha discutido mucho sobre esa medida aprobada en el artículo 6 de la Ley 2/2021, pero les invitaría a leer el artículo 7, donde se establecen las medidas a aplicar en un centro de trabajo, y podrán comprobar que si es un lugar sin acceso del público (fábricas, oficinas, mataderos, granjas...) no hay necesidad de usar mascarilla si se cumple la distancia de 1,5 metros.