El día 31 de octubre, dos después del desastre provocado por la DANA en Valencia, el Colegio de Farmacéuticos (MICOF) hablaba de 200/300 farmacias muy afectadas, muchas de las cuales, situadas en la Zona 0, sufrieron además actos de pillaje. La receta electrónica, dado que en muchos lugares había caído internet, había dejado de usarse y a duras penas podía imprimirse en papel. Muchos almacenes de medicamentos, también veterinarios, habían sido arrasados y las distribuidoras no podían operar. Aún el 4 de noviembre, el propio MICOF reconocía que 92 farmacias seguían sin trabajar.
En tales circunstancias y ante el aluvión de medicamentos llegados de todo el país, el Colegio de Veterinarios de Valencia (ICOVV) se dirigió a la Dirección General de Farmacia para pedir la concesión al colegio de una autorización extraordinaria de la entidad como botiquín veterinario.
La biblioteca colegial se adaptó como almacén desde el que recibir donaciones de particulares pero también de la propia Veterindustria, que instó a sus asociados a entregar desparasitadores, probióticos y antibióticos y demás material farmacéutico. El ICOVV ha venido almacenando todo ello, garantizando en todo momento la trazabilidad y las debidas condiciones de almacenamiento, para cederlos a los centros afectados y a los voluntarios desplegados sobre el terreno y en los puntos de atención creados. En las zonas donde el canal de suministro se restablecía, el ICOVV dejaba de proveer.
El problema en este tiempo ha sido que una parte de las medicinas llegadas estaban desprecintadas o no en buenas condiciones, por lo que tuvieron que reexpedirse a un punto Sigre. Lo que más urgía y así se canalizó o se trató de transmitir eran lectores de microchip, inyectables como antibióticos, antiinflamatorios, sedantes (no estupefacientes) y medicación para crónicos y para enfermedades respiratorias y digestivas.