Pablo Hernández y Silvia de la Vega
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La población estimada de gatos en España es de alrededor de cuatro millones de animales (Bateson, 2008; FEDIAF, 2010). Si los números son similares a los de otros países de nuestro entorno, de ellos el 30 % aproximadamente serían animales geriátricos, lo que indica la importancia creciente para el veterinario clínico del manejo apropiado de estos animales (Gunn-Moore, 2007).
Con una esperanza de vida mayor que la de los perros, los gatos se caracterizan por vivir una etapa geriátrica especialmente prolongada, la cual suele ir acompañada de diferentes cambios físicos y conductuales. Estos cambios, con frecuencia, son interpretados por el propietario como algo normal en la senectud, situación que probablemente se acentúa al referirnos a los cambios en el comportamiento.
En nuestra experiencia, los propietarios tienden a buscar consejo cuando las alteraciones de la conducta interfieren con el funcionamiento normal de la rutina familiar, por ejemplo, si el gato les despierta por las noches, muestra agresividad, etc.
La aparición de cambios en la conducta del gato debe servir siempre para alertar sobre la necesidad de investigar la presencia de problemas orgánicos, ya que pueden ser el primer signo visible de los mismos. Es importante educar al propietario sobre esto, para favorecer una detección temprana de la enfermedad.
Prevalencia de las alteraciones del comportamiento en gatos geriátricos
Estudios recientes sugieren que hasta un 28 % de los gatos de entre 11 y 14 años de edad manifiestan al menos un problema de comportamiento de inicio geriátrico, incrementándose este porcentaje a más del 50 % de los gatos de 15 años o más (Gunn Moore, 2007).
En una revisión de 100 casos de gatos geriátricos con problemas de comportamiento, comentados en los foros de la red veterinaria online VIN (Veterinary Information Network), el problema más frecuente fue la vocalización excesiva (diurna o nocturna) en un 61 % de los casos, seguido de la eliminación inapropiada en un 27 %, y de la desorientación en un 22 %; también había problemas relacionados con la agresividad, el miedo y la inquietud (Landsberg et al., 2013).
En otro estudio realizado con 83 gatos sénior remitidos a tres consultas de comportamiento en EE. UU., el motivo principal de la consulta fue un problema de eliminación (eliminación inadecuada o marcaje) en el 73 % de los casos. La agresividad entre gatos (10 %), la agresividad dirigida hacia personas (6 %), la vocalización excesiva (6 %), la agitación (6 %), y el acicalamiento excesivo (4 %) fueron las siguientes razones más comunes para la remisión (Landsberg et al., 2005).
Estos estudios proporcionan una idea de los problemas de conducta más graves para los propietarios. Sin embargo, estos casos pueden no ser representativos de los cambios de comportamiento más comunes y sutiles que sufren los gatos geriátricos y que por no ser suficientemente serios, peligrosos o intolerables no llegan ni siquiera a mencionarse al veterinario.
Patologías relacionadas con la presentación de alteraciones de la conducta en gatos
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Etiología de los problemas de conducta en gatos geriátricos
Las alteraciones en el comportamiento son comunes en los gatos mayores y su incidencia aumenta a medida que avanza la edad.
Podemos diferenciar tres tipos de problemas de comportamiento en cuanto a su etiología: primarios, secundarios y síndrome de disfunción cognitiva.
Problemas de conducta primarios
Las alteraciones conductuales primarias o puras, suelen estar motivadas por cambios en el entorno del gato. Estas se agravan por la utilización de refuerzos y/o castigos inapropiados y se mantienen por el aprendizaje que realiza el animal de su comportamiento. Los cambios de vivienda, del esquema familiar (la llegada de un bebé o de un nuevo animal a la casa) o de las rutinas habituales, asociadas a la menor capacidad de adaptación de los animales geriátricos, son las causas habituales de estos problemas. La utilización del castigo, especialmente, como forma de intentar corregir la alteración del comportamiento puede incrementar la ansiedad del animal y empeorar la situación.
Problemas de conducta secundarios
Muchos cambios en el comportamiento de los gatos geriátricos están provocados por el padecimiento de distintas enfermedades (ver cuadro). Cualquier proceso que genere dolor o malestar en el animal puede tener repercusiones importantes en su conducta. Por ejemplo, el dolor puede provocar en el gato irritabilidad o miedo a ser cogido; la reducción en la movilidad puede mermar su capacidad para utilizar correctamente el arenero o incrementar la agresividad, como también ocurre con el hipertiroidismo.
La importancia de la artritis no debe menospreciarse en absoluto, ya que, según algunos estudios, en el 70-90 % de los gatos de más 10 años de edad aparecen evidencias radiográficas de enfermedad degenerativa de las articulaciones (Gunn-Moore, 2011).
Es frecuente que la combinación de varios problemas médicos reduzca el umbral para la aparición de alteraciones de la conducta o la tolerancia del animal. Así, un gato que tiene miedo, por ejemplo, de los niños, puede empezar a mostrarse agresivo con ellos conforme va encontrándose cada vez más incómodo o se reducen sus capacidades visuales o auditivas.
Síndrome de disfunción cognitiva
El síndrome de disfunción cognitiva (SDC) es un trastorno neurodegenerativo caracterizado por una patología cerebral y un deterioro gradual de las capacidades cognitivas del animal que se manifiesta con alteraciones del comportamiento (Landsberg et al., 2013).
Aunque su etiología no termina de estar clara, hay evidencias que señalan la implicación de distintos mecanismos: la insuficiencia vascular que genera hipoxia y el aumento en la generación de compuestos oxígeno-reactivos, como los radicales libres. El papel específico de la sustancia -amiloide y de la hiperfosforilación de la proteína tau en el desarrollo del SDC en los gatos, todavía requiere más estudios (Gunn-Moore, 2007).
En comparación con los perros, la relación entre la neuropatología y las alteraciones conductuales relacionadas con la edad en los gatos no ha sido clarificada todavía.
En un estudio con 154 gatos geriátricos, los signos conductuales más habituales relacionados con la edad y no atribuibles a problemas médicos subyacentes fueron: las alteraciones en las interacciones sociales con la familia y otros animales y los cambios en los patrones de actividad, que incluyen la deambulación sin motivo y las vocalizaciones excesivas (Gunn-Moore, 2007).
Aunque estos signos reflejan los observados en perros o en personas, son necesarios más estudios para determinar si el acrónimo DISHA, formado por las siglas en inglés de los signos Desorientación, Interacciones sociales alteradas, Sueño alterado, Ensuciamiento del hogar (House soiling) y Actividad alterada, que se utiliza para describir los signos habituales del SDC en estas especies, es adecuado también para la especie felina.
Diagnóstico de las alteraciones de la conducta en gatos geriátricos
Cuando el propietario consulta al veterinario por un problema de comportamiento que afecta a su gato geriátrico, una de las primeras preguntas que el clínico debe hacerse es: ¿Por qué ahora? Esto puede ayudarle a precisar qué ha cambiado en la salud o en el entorno del animal (Landsberg et al., 2013).
Determinar si existe una o varias causas que desencadenan la alteración de la conducta en el gato puede ser un verdadero reto. En los casos más complejos, pueden coexistir un problema de comportamiento previo, cambios recientes en el entorno del animal y una o más patologías. Por tanto, la historia clínica y conductual del animal es fundamental para llegar a un diagnóstico adecuado.
Así mismo, será necesario realizar un examen físico y neurológico del gato, una analítica sanguínea completa, incluyendo un perfil tiroideo y un análisis de orina. Otras pruebas más específicas (serológicas, de imagen, etc.) pueden ser necesarias según el caso. Algunos autores recomiendan también medir la presión sanguínea, ya que la hipertensión arterial sistémica es un hallazgo frecuente en los gatos mayores y puede dar lugar a signos similares a los del SDC (Gunn-Moore, 2011), al igual que la osteoartritis (Gunn-Moore, 2008).
El diagnóstico de SDC es considerado, por muchos autores, un diagnóstico de exclusión (Gunn-Moore, 2007; Landsberg et al., 2011; Landsberg et al., 2013), ya que no hay ninguna prueba ante mortem que lo confirme. Por tanto, antes de pensar en este problema, el clínico debe descartar cualquier otra causa, tanto médica, como conductual.
Tratamiento de los problemas del comportamiento en gatos geriátricos
Las posibilidades de tratamiento de las alteraciones conductuales en los gatos geriátricos dependerán, en gran medida, de la causa o causas que las hayan originado. Si un problema de conducta es secundario a un problema médico, aunque será imprescindible tratar la patología adecuadamente, esta única medida puede ser insuficiente.
Además de controlar la o las patologías que afectan al animal, las tres opciones más comentadas por la mayoría de los autores son:
Modificación del entorno
Las modificaciones ambientales simples pueden hacer las actividades diarias del animal mucho más sencillas. Algunas de estas medidas incluyen:
Proporcionar lugares de descanso tranquilos y seguros, con un acolchado cómodo y abundante (Pittari et al., 2007; Gunn-Moore, 2011), incluso calefactado, para proteger las articulaciones del gato (Gunn-Moore, 2011).
Utilizar superficies antideslizantes y rampas o escaleras para que el gato pueda llegar a sus lugares preferidos (Overall et al., 2005; Pittari et al., 2009).
Aumentar el número y el tamaño de las bandejas de arena, y limpiarlas con más frecuencia, para ayudar a que el gato llegue hasta ellas o entre más fácilmente si hay una reducción de la movilidad o signos de desorientación y así prevenir la eliminación inadecuada. Los areneros con un acceso frontal bajo, pero laterales altos, pueden ser una buena idea si al gato le cuesta agacharse para eliminar (Pittari et al., 2009), y se evita así que las micciones se salgan fuera de la bandeja. En los casos de poliuria grave, la arena aglomerante puede secarse formando concreciones duras para las patas que causen incomodidad al gato, por lo que se debe evitar este tipo de lecho en dichas situaciones (Overall et al., 2005).
Usar pilotos luminosos o dejar alguna luz encendida por la noche y colocar ambientadores con distintos olores en cada estancia de la casa puede ayudar al gato a identificar en qué habitación se encuentra si el animal presenta problemas de orientación o déficits visuales, y permitirle encontrar las bandejas de arena, los comederos y bebederos o los sitios de descanso.
Situar los comederos y bebederos en el suelo, pero ligeramente elevados, evitará que el gato tenga que saltar o inclinarse excesivamente (Pittari et al., 2007). Así mismo, aumentar su número y distribución por la vivienda facilitará que coma o beba de forma adecuada.
Es importante proceder de forma gradual al hacer esos cambios (o cualquier otro que se produzca en el entorno). La reducción en la capacidad de adaptación del gato geriátrico puede provocar que tengan un efecto contraproducente si se hacen todos a la vez. En general, mantener la rutina del gato geriátrico y su entorno lo más estable posible disminuirá el estrés.
Manejo dietético
Este apartado adquiere una significación especial cuando se sospecha la existencia del SDC. Se pueden distinguir dos actuaciones: las modificaciones en la dieta y los suplementos nutricionales.
Modificaciones en la dieta
Los estudios realizados en humanos y en perros indican que las dietas enriquecidas con antioxidantes y otros componentes, como la vitamina E, los -carotenos o los ácidos grasos esenciales, pueden ayudar a reducir el daño oxidativo asociado al SDC. Aunque actualmente no hay dietas específicas diseñadas para el SDC en gatos (Landsberg et al., 2010), en un estudio reciente una mezcla de nutrientes (brain protection blend) que incluía aceite de pescado, vitaminas del grupo B, antioxidantes y arginina logró una mejoría cognitiva y beneficios neuroprotectores en gatos de entre 5,5 a 8,7 años de edad (Pan et al., 2013). Sí existen dietas comerciales suplementadas con antioxidantes, ácidos grasos esenciales, condroprotectores, L-carnitina y lisina, que parecen favorecer la movilidad en gatos geriátricos (Gunn-Moore, 2011), por lo que podrían ser de utilidad en gatos con osteoartritis.
Suplementos nutricionales
En cuanto a los suplementos nutricionales, existen referencias en la literatura respecto a la utilidad de algunos suplementos que contienen, entre otros, colina, fosfatidilcolina, metionina o inositol, para mejorar el apetito y los estados de confusión en los gatos (Landsberg et al., 2010). Otros suplementos que ya se comercializan, algunos con diferencias en su formulación entre perros y gatos, incluyen la S-adenosilmetionina o una combinación de varios de los siguientes componentes: ácidos grasos omega-3, vitaminas E y C, L-carnitina, coenzima Q, selenio, Ginkgo biloba, vitamina B6, vitamina E, resveratrol, etc. La mayoría de ellos no han sido testados en gatos a través de ensayos clínicos (Landsberg et al., 2010, Gunn-Moore, 2011), pero los resultados obtenidos en el SDC en otras especies hacen presuponer que también puedan ser útiles en ellos.
Otros nutracéuticos, como la a-casozepina, o las feromonas faciales felinas pueden facilitar la adaptación de los gatos geriátricos cuando se producen cambios de entorno o de rutina, especialmente si se utilizan desde los días previos al cambio.
Terapia farmacológica
Los tres fármacos que se han usado, aunque de forma anecdótica, en el SDC, son: selegilina, propentofilina y nicergolina (no disponible actualmente).
Otros fármacos que se han utilizado para tratar signos específicos de comportamiento, como la deambulación y la vocalización nocturnas, facilitando así el descanso tanto del animal como del propietario, incluyen los antidepresivos y los ansiolíticos. Respecto a los primeros, se recomiendan aquellos SSRI (inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) con escasa acción anticolinérgica, como la fluoxetina. En cuanto a las benzodiacepinas, ya que estas se metabolizan vía hepática y la funcionalidad de este órgano suele estar alterada en los animales mayores, las opciones más seguras son el lorazepam, el oxazepam y el clonazepam, que no tienen metabolitos intermedios activos (Landsberg et al., 2013).
En cualquier caso, es fundamental controlar siempre las posibles patologías asociadas (alteraciones neurológicas, dolor, hipertensión, etc.) y tener en cuenta el efecto de otras medicaciones administradas al animal.
Bibliografía
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