Mónica Boada, Stefanía Pineda, Álvaro Olivares y Miguel Ibáñez
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La agresividad es el problema que con mayor frecuencia se presenta en la clínica de comportamiento canino y, dentro de esta, la agresividad hacia humanos es el tipo más habitual en la consulta. Las conductas agresivas en perros tienen gran relevancia por sus repercusiones en la Salud Pública y, sobre todo, en el bienestar de los animales. Las consecuencias de las heridas generadas en los ataques de perros a personas, y los gastos derivados de su tratamiento, hacen que sea un problema importante. Por otro lado, la agresividad es el principal problema de comportamiento que puede derivar en el abandono de perros en refugios y llevar a la eutanasia.
En la clínica para abordar actualmente el problema de la agresividad es necesario diferenciar su causa directa. La agresividad puede ser consecuencia de una enfermedad física, de un problema comportamental o de la combinación de ambos. Generalmente, los problemas comportamentales son un diagnóstico de exclusión, por lo que se deben descartar en primer lugar los problemas médicos.
Diversos problemas médicos pueden llevar a la aparición de conductas agresivas en perros, como neoplasias en el sistema nervioso central, enfermedades del desarrollo, estados demenciales, deficiencias sensoriales, enfermedades infecciosas, endocrinas (hipotiroidismo) y procesos dolorosos, entre otros. La sospecha de una causa médica primaria será mayor si la agresividad aparece de forma repentina o no se halla un patrón distintivo, ni estímulos desencadenantes. Por otro lado, animales de edad avanzada pueden presentar conductas irritables, lo que puede llevar a comportamientos agresivos.
Los tumores intracraneales pueden desencadenar la aparición de conductas agresivas, sobre todo si están localizados en el sistema límbico. El diagnóstico definitivo de estas neoplasias puede ser complicado, y se basaría en la realización de una tomografía axial computarizada (TAC) o bien en los hallazgos de la necropsia. En cuanto a las enfermedades del desarrollo, algunos casos leves de hidrocefalia pueden cursar solo con cambios de conducta, incluida agresividad. Puede ser necesaria la realización de un TAC o de una resonancia magnética para llegar al diagnóstico definitivo en estos casos, ya que se trata de formas leves que no ocasionan deformaciones del cráneo evidentes.
El síndrome de disfunción cognitiva, también conocido como demencia senil, es una patología neurodegenerativa que aparece en perros de edad avanzada que genera alteraciones del comportamiento. En esta patología pueden aparecer alteraciones en la interacción con los propietarios u otros perros, de tal forma que el animal puede ser menos sociable, más irritable o agresivo. Asimismo, las deficiencias sensoriales, tales como una visión o audición disminuidas, afectan a la percepción del perro y pueden hacer que se asuste o se alarme más fácilmente, lo que a su vez puede llevar a una conducta agresiva.
Enfermedades infecciosas, como el moquillo o la rabia, pueden cursar con diversos síntomas neurológicos, incluido el desarrollo de conductas agresivas. Además, algunas enfermedades endocrinas pueden tener un papel importante en las conductas agresivas en perros. El hipotiroidismo podría suponer el 1-5 % del total de casos de agresividad canina y se cree que esta patología puede actuar como causa única de la agresividad o como factor agravante de una agresividad preexistente. El diagnóstico de un problema de agresividad por hipotiroidismo se confirmaría si al determinar la concentración plasmática de T4 y TSH se halla un valor bajo de T4 y uno alto de TSH.
Por otro lado, la agresividad puede ser consecuencia de un proceso que produzca dolor, ya que este puede generar irritabilidad en el animal y hacer que el umbral para la agresividad disminuya o exacerbar una agresividad preexistente. El aprendizaje puede hacer que el perro manifieste conductas agresivas en anticipación a las interacciones que han sido asociadas con el dolor, independientemente de que el problema doloroso siga existiendo o no.
La agresividad es una conducta heterogénea debido a que puede tener diversas causas; su pronóstico y tratamiento son diferentes según la forma que presente el animal. La agresividad puede ser una conducta normal o patológica. Una variedad de características individuales influyen en la intensidad y la manifestación de las conductas agresivas. Dentro de estas encontramos:
Existen numerosas clasificaciones de la agresividad canina en función de los distintos autores. El sistema de clasificación que resulta más práctico es el que busca determinar la motivación de la agresión. Para ello, es fundamental tener en cuenta el lenguaje corporal del perro, además de las situaciones en las que muestra la conducta agresiva. Los principales tipos de agresividad se recogen en la tabla.
Sin embargo, según diferentes autores, la conducta de agresividad dirigida a otros perros (agresividad intraespecífica) debe abordarse por separado. Esta agresividad puede darse entre perros que conviven en la misma casa (rivalidad entre hermanos) o entre perros desconocidos. En el primer caso la conducta agresiva suele estar relacionada con el establecimiento de la jerarquía en el hogar.
Por otro lado, la agresividad entre perros desconocidos puede ser de tipo intrasexual, debida al miedo o por territorialidad. La agresividad intrasexual es de fácil diagnóstico y generalmente se presenta entre perros machos adultos. La agresividad por miedo puede deberse a experiencias traumáticas o déficit en la socialización. Finalmente, la agresividad territorial suele manifestarse cuando el perro está en la zona que considera su territorio, el cual es habitualmente defendido.
Para realizar un diagnóstico adecuado lo primero es determinar si la conducta agresiva se debe a causas médicas u orgánicas. La historia clínica y de comportamiento debe ir acompañada de la realización de pruebas físicas, neurológicas y/o laboratoriales.
Una vez que se concluye que la agresividad no deriva de problemas orgánicos, es necesario realizar un diagnóstico diferencial teniendo en cuenta los diferentes problemas comportamentales que cursan con conductas agresivas. La agresividad suele ser un signo derivado de otro problema, por ejemplo puede ser el resultado de trastornos de ansiedad o estadios fóbicos. Por ello es fundamental realizar una anamnesis completa y minuciosa que permita conocer la causa exacta del problema y establecer una terapéutica.
Existen cuestionarios que se utilizan habitualmente en la clínica de comportamiento animal, los cuales engloban aspectos generales como la procedencia del animal, su dieta y su rutina diaria. Igualmente es indispensable conocer las circunstancias y el contexto en el que aparece la conducta agresiva, y el lenguaje corporal que la acompaña.
El programa terapéutico de la agresividad canina tiene distintos elementos, pero el pilar básico es el establecimiento de un plan de modificación de conducta. La implicación, colaboración y paciencia del propietario son esenciales para el éxito de la terapia. Los propietarios deben entender el porqué de la agresividad de su perro, al igual que deben tener claro que cada caso es único y que modificar su conducta llevará tiempo y esfuerzo.
El tratamiento de la agresividad puede ser efectivo pero existen limitaciones que se deben abordar antes de empezar. Se debe advertir al propietario que la agresividad no es una patología que se “cure” o desaparezca por completo. Siempre existe la posibilidad de que un animal que mostró una conducta agresiva vuelva a hacerlo. Sin embargo, con el tratamiento se podrá conseguir disminuir el riesgo de nuevos ataques, además de garantizar el bienestar del animal y la seguridad de los que conviven con él. Siempre se debe llevar a cabo un análisis de riesgo en las conductas agresivas; si el animal es un peligro para la Salud Pública se debe considerar la eutanasia.
Inicialmente se recomienda evitar los estímulos que desencadenen agresividad. Por otro lado, el propietario deberá establecer interacciones positivas y predecibles para el perro, por lo cual es recomendable establecer un protocolo de trabajo (“Nada es gratis”). En este protocolo el perro debe trabajar para ganar todos los recursos que valora, como por ejemplo la atención de su dueño, la comida y los juguetes, entre otros. Para ello el animal deberá responder a una orden (sentado) antes de proporcionarle el recurso. Esto hará que aumente el respeto y se estreche la relación con su propietario.
Posteriormente, lo ideal es aplicar las técnicas de modificación de conducta, como la desensibilización y el contracondicionamiento; dichas técnicas se aplicarán una vez identificados los estímulos desencadenantes. La desensibilización es una técnica que consiste en exponer al perro al estímulo que desencadena la conducta indeseable a una distancia en la que no responda con conductas agresivas; el paso siguiente consiste en reducir la distancia lentamente y por periodos la respuesta. El contracondicionamiento se lleva a cabo ordenando al animal que realice una acción incompatible con la respuesta agresiva, como puede ser sentarse, venir o estar quieto, entre otras. En ambos casos siempre deben premiarse las conductas relajadas y tranquilas.
Es recomendable que el entrenamiento se consolide mediante refuerzo positivo, en el cual se recompensan las conductas deseadas con el objetivo de fortalecerlas. Igualmente es importante la forma de respuesta del propietario, pues llegado el caso únicamente se debe aplicar el castigo negativo consistente en ignorar al perro o aislarlo durante breves periodos.
Existen pocos estudios controlados sobre el efecto de la dieta en el comportamiento canino. Sin embargo, se cree que el enriquecimiento de la dieta con comida casera rica en triptófano puede ser beneficioso. Esto se debe a que el triptófano es el precursor de la serotonina, un neurotransmisor cuyos niveles suelen estar disminuidos en los casos de agresividad. Se ha observado que una dieta baja en proteínas (18 %) y suplementada con triptófano puede ser útil en perros con agresividad por conflicto (dominancia) o territorial.
El uso de nutracéuticos, como la α-casozepina o la fosfatidilserina, puede ser una buena alternativa a la administración de psicofármacos. La α-casozepina tiene afinidad por los receptores de las benzodiacepinas, y se ha observado que es efectivo en el tratamiento de ansiedad en perros. La fosfatidilserina actúa como neuroprotector y puede ser útil para el manejo de los síntomas derivados del envejecimiento cerebral. Por otro lado, los perros en situaciones de estrés crónico pueden beneficiarse de dietas enriquecidas con antioxidantes, como las vitaminas C y E y el ácido α-lipoico, que también tienen efectos neuroprotectores.
Además se ha observado que otros agentes, como el litio, pueden reducir la agresividad. El litio es un oligoelemento que actúa sobre el metabolismo de algunos neurotransmisores y tiene un efecto inhibidor de la sinapsis, lo que deriva en una depresión del sistema nervioso. En medicina humana se utiliza en forma de gluconato de litio en el tratamiento de la ansiedad, la irritabilidad y los cambios de humor, entre otros trastornos.
El uso de fármacos puede ser de utilidad como medida complementaria al plan de modificación de conducta. La terapia farmacológica está especialmente indicada en los casos en los que hay miedo, ansiedad, impulsividad o reactividad implicados, ya que dificultan la modificación conductual. Disminuir el nivel de ansiedad del animal propicia un estado mental que facilita el aprendizaje. De esta forma, la terapia farmacológica puede acelerar el proceso terapéutico.
Los fármacos generalmente incrementan determinados neurotransmisores, por ejemplo la serotonina, que puede disminuir la agresividad, la ansiedad y la reactividad en algunos perros. Algunas clases de fármacos pueden provocar desinhibición de la conducta agresiva, como es el caso de las benzodiacepinas, por lo cual deben utilizarse con precaución. Sin embargo, el uso de medicamentos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) o los antidepresivos tricíclicos (ATC) puede ayudar a que la terapia sea más efectiva. La fluoxetina es el ISRS más utilizado, y necesita una administración continua y prolongada.
Terapias alternativas y complementarias
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Existen numerosas terapias alternativas y complementarias que podrían afectar al comportamiento pero hay poca información sobre su efecto en problemas comportamentales concretos. Algunas terapias alternativas como la acupuntura, la musicoterapia, la aromaterapia y la homeopatía pueden reducir la ansiedad. La acupuntura principalmente se ha empleado como herramienta analgésica, en fisioterapia y rehabilitación; sin embargo, también se ha observado que puede ser eficaz en el tratamiento de los síntomas físicos y psíquicos de la pseudogestación, así como de la dermatitis acral por lamido. Por otro lado, la estimulación auditiva con música se puede usar para aumentar el bienestar de los perros, de tal forma que se ha observado que mientras el “Heavy Metal” incrementa el nerviosismo, la música clásica reduce los niveles de estrés del animal. Los estímulos olfatorios pueden desempeñar un papel importante en el desarrollo y la resolución de problemas comportamentales. Los aromas se pueden asociar a determinados estados emocionales, por lo que la exposición a un aroma puede evocar un estado emocional concreto. Esto ha permitido que la aromaterapia se emplee en programas de desensibilización y contracondicionamiento en casos de fobias a ruidos. Además, es posible que algunos aromas, por ejemplo la lavanda, tengan propiedades relajantes. Otra aplicación de la aromaterapia es el uso de feromonas para modificar el comportamiento. Se ha observado que la feromona DAP (dog-appeasing pheromone), análogo sintético de la feromona secretada por perras lactantes, en algunas ocasiones consigue reducir la ansiedad y el miedo. Los remedios homeopáticos también se han sugerido como tratamiento de diversas patologías; desafortunadamente, en los estudios existentes no suele haber problemas de comportamiento implicados. La medicina homeopática utiliza, entre otras sustancias, plantas y sus derivados, incluyendo las esencias florales (flores de Bach), que podrían administrarse como adyuvante a otras formas de terapia (modificación conductual y del ambiente) en casos de problemas comportamentales. Sin embargo, no existen estudios científicos controlados concluyentes que determinen la seguridad y la eficacia de estas terapias alternativas y complementarias en el tratamiento de la agresividad canina. |
La agresividad canina es un problema de comportamiento que tiene gran relevancia. El veterinario clínico debe ser capaz de emitir un diagnóstico correcto para establecer un tratamiento apropiado. Para ello debe considerar la historia clínica y de comportamiento del animal, los hallazgos de la exploración física y neurológica, y los resultados de pruebas laboratoriales. En la agresividad sin causa orgánica es fundamental realizar una anamnesis minuciosa.
El tratamiento de la agresividad en los perros se basa en un plan de modificación de conducta, que puede ir complementado con el uso de psicofármacos. El enriquecimiento de la dieta con triptófano puede ser beneficioso, así como el uso de determinados nutracéuticos y oligoelementos. La efectividad de la gonadectomía en la reducción de la agresividad es cuestionada por algunos autores; en cualquier caso, no se recomienda como única medida terapéutica. Finalmente, aunque las terapias alternativas y complementarias son otra posible herramienta terapéutica, no existen estudios científicos que demuestren su eficacia en el tratamiento de la agresividad canina.
Gonadectomía
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La testosterona puede tener un efecto intensificador en todos los tipos de agresividad. No obstante, la castración solo afecta a comportamientos sexualmente dimórficos, como pueden ser la agresividad por dominancia o territorial. La ovariohisterectomía normalmente previene la agresividad maternal. Sin embargo, puede aumentar la reactividad de algunas perras frente a personas desconocidas y empeorar la agresividad previa a la cirugía. |