Veterinario y persona, persona y veterinario, y me animo a escribir este relato porque en estas fechas coinciden dos celebraciones muy importantes en mi vida: este año, celebro veinticinco años de licenciatura, veinticinco años de veterinario; y el año que viene celebraré cincuenta años de vida, cincuenta años de persona. Soy Daniel Carazo, Esta es la historia de un veterinario, narrada desde que decide prepararse para serlo, hasta que alcanza la madurez y reflexiona sobre todo lo que le ha pasado hasta llegar a ella. Este es el décimo capítulo de mi historia.
Crecer o no crecer
Llegamos cronológicamente en este relato casi a la actualidad, a estos últimos años de vida de la clínica, que es cuando nos hemos visto frente a una tesitura a la que jamás pensamos que nos íbamos a tener que enfrentar: ¿crecer o no crecer?; esto es: ¿enfocarnos en que la clínica siga creciendo en estructura, con los cambios que eso supone a partir de la situación en la que estamos, o mantener una estabilidad que nos permita mejorar en otros aspectos y seguir evolucionando de acuerdo a nuestro equipo y posibilidades?
Acabamos el capítulo anterior en un estado de progresión y crecimiento muy alto, la clínica estaba asumiendo un volumen de trabajo brutal y ya os adelanto que, si hubiéramos querido que eso siguiera así, tendríamos que haber actuado de forma diferente a como lo hicimos.
En nuestra clínica siempre hemos sido conscientes de nuestra figura de veterinarios “de cercanía”: nos hemos especializado en la atención muy personalizada y cercana a los pacientes y sus familias y, a pesar de que —por supuesto— nunca hemos dejado de incorporar servicios y tecnología, y nos hemos seguido formando y manteniéndonos al día en cuanto a avances clínicos. En este momento de decisión estratégica nos dio miedo seguir los pasos que nos llevaran a tal volumen de empresa que nos hiciera perder esa esencia. Si seguíamos asumiendo y buscando cada vez más trabajo, la estructura inevitablemente iba a alcanzar tal nivel que sería imposible de organizar como lo habíamos estado haciendo hasta ese momento, y se iba a despersonalizar bastante la atención veterinaria. Era una opción, pero no fue la nuestra.
A lo largo de su historia, la clínica ha tenido momentos en que hemos sido más veterinarios de los que la formamos hoy en día, y hemos iniciado varias veces ese camino para crear una estructura mayor de la actual; pero cada intento venía acompañado de un esfuerzo enorme e imposible por no perder nuestra esencia y forma de trabajar. Finalmente, con el paso del tiempo y las experiencias acumuladas, hemos asumido cuál es nuestra principal fortaleza en la clínica, dónde estamos a gusto trabajando, qué volumen de servicios podemos ofrecer con la calidad que nosotros consideramos mínima para nuestro centro, o qué requeriría dar el paso de transformarnos en un gran hospital veterinario incluso con atención presencial las veinticuatro horas del día. Todo eso nos llevó a decidir frenar el crecimiento para centrarnos en intentar mantener con calidad lo que teníamos.
Como ya he mencionado varias veces, esa decisión no supuso que no hayamos seguido evolucionando, ¡claro que lo hacemos!, y con muchas ganas, ¡por supuesto! Nuestra profesión nos encanta y nos satisface dedicarnos a ella, pero al mismo tiempo somos conscientes de la responsabilidad que tenemos en nuestras manos todos los días; nuestro objetivo es: trabajar mejor cada día, con los mejores medios y conocimientos posibles, pero siempre manteniendo la calidad que creemos mínima y que nos permite irnos a dormir tranquilos por las noches. Tenemos la suerte de ejercer en Madrid, lo cual supone que contamos a nuestra disposición —y por ende a la de todos nuestros pacientes— mucha oferta de especialistas veterinarios para apoyarnos en ellos siempre que los necesitemos. Así que esta es la clave de nuestro trabajo: ofrecer lo mejor de nosotros mismos, sin preocuparnos porque se nos clasifique como clínica grande, mediana, pequeña; como centro de remisión o como clínica de barrio… nos da igual. Somos lo que somos, estamos contentos con ello y tenemos la conciencia tranquila porque nuestra prioridad son los pacientes, tanto en su salud como en conseguir una convivencia perfecta y segura con sus familias.
Actualmente —e inevitablemente— la clínica, a pesar de esta decisión que tomamos en su día, sigue creciendo, pero de una manera lo más tranquila y ordenada posible. Nuestro método de trabajar nos permite seguir en curva ascendente después de casi veinticinco años al pie del cañón. A veces el ritmo de trabajo nos sobrepasa, entonces frenamos e intentamos retomar el camino de la prudencia y el sosiego en los casos clínicos para que no se nos despiste nada ni se nos vayan de las manos; ni a nosotros ni a nuestro equipo, el cual, seguro que para bien, se está haciendo veterano con nosotros.
Esta difícil decisión estratégica que he tratado de explicar, según con quien hablemos, es entendida, o no. Muchos son los colegas veterinarios que, habiendo pasado anteriormente por nuestra situación, comparten plenamente nuestra opción y el objetivo de mantener un nivel de servicio a costa de no crecer… y por consecuencia de no facturar más. El dinero no lo es todo en nuestra profesión. Está claro que debemos ganarlo y que todos los que estamos en la clínica vivimos de nuestro trabajo pero, una vez cubiertos unos niveles de estabilidad presupuestaria, facturar más a veces no lo es todo, es mejor acabar el día con la conciencia tranquila de que has hecho todo lo posible sin basarte exclusivamente en el rendimiento económico.
Cuando comentamos nuestra decisión con gente relacionada con empresas, laboratorios farmacéuticos, o incluso con integrantes de grandes hospitales veterinarios en los que incluso nos apoyamos para nuestra labor diaria, no lo acaban de entender y se extrañan de que no sigamos ampliando la estructura de la clínica, abramos nuevos centros, o montemos estructuras hospitalarias de atención las veinticuatro horas. Nunca olvidaré las palabras de un amigo —relacionado con uno de estos sectores que he comentado—, con quien siempre que hablamos de este tema no se cansa de preguntarme que cómo es posible que frenemos el crecimiento de la empresa, que eso no puede ser y que él solo entiende el aumento del nivel de negocio… Desde su punto de vista —de trabajador para una multinacional— su opinión es totalmente comprensible; desde el nuestro no.
En resumen, la fotografía a día de hoy de aquella clínica que abrimos con tanta ilusión, es que sigue en activo —que ya es un mérito—, presta muchos más servicios de los que pudimos soñar, cuenta con un equipo de gente muy estable trabajando en ella —y sin el cual todo lo conseguido no habría sido posible—, atiende a más de cinco mil pacientes todos los años, ayuda a todo aquel que necesita asesoramiento con su mascota, sigue incorporando nuevos medios tecnológicos y, sobre todo, nos satisface plenamente como profesionales veterinarios y como personas enfocadas a su trabajo. Si en aquel mes de enero de mil novecientos noventa y ocho nos hubieran dibujado el panorama que representa nuestra clínica en la actualidad no nos lo hubiéramos creído, ni siquiera sabiendo que íbamos a trabajar tanto como lo hemos hecho para que haya sido posible; haber llegado hasta donde estamos ha sido, y es, un sueño inimaginado que al final se ha hecho realidad.
¿Y a partir de ahora, qué?… Nadie lo sabe con seguridad. Por nuestra parte no va a quedar en seguir trabajando, esforzándonos por mantener lo que hemos conseguido y, si sigue siendo posible, permitir que crezcamos con el ritmo de moderación que desde un principio ha marcado nuestro camino, y no es momento de abandonar. Para nosotros siempre será prioritario que, a nivel personal, estemos siempre satisfechos de nuestro día a día, que nos vayamos a dormir cansados pero tranquilos, conscientes de que seguimos haciendo todo lo posible por seguir cumpliendo con el objetivo que nosotros mismos nos marcamos, y que es el mismo al que nos obliga nuestra profesión.
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