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¿Por qué se llega a estudiar y ejercer la profesión de veterinario? Capítulo XI - Madurez, que no vejez

Las memorias de un veterinario que es escritor, o de un escritor que es veterinario, con las que cualquiera se puede sentir identificado. Desde la elección de la carrera hasta el ejercicio en la clínica. Por Daniel Carazo.


Veterinario y persona, persona y veterinario, y me animo a escribir este relato porque en estas fechas coinciden dos celebraciones muy importantes en mi vida: este año, celebro veinticinco años de licenciatura, veinticinco años de veterinario; y el año que viene celebraré cincuenta años de vida, cincuenta años de persona. Soy Daniel Carazo,  Esta es la historia de un veterinario, narrada desde que decide prepararse para serlo, hasta que alcanza la madurez y reflexiona sobre todo lo que le ha pasado hasta llegar a ella. Este es el undécimo y, por ahora, último capítulo de mi historia. 



Madurez, que no vejez

Llegados ya al último capítulo de esta historia, me toca hacer balance de todo lo expuesto hasta ahora y de como entiendo mi situación actual, tanto tiempo después de aquel verano de mil novecientos noventa en que finalmente decidí ser veterinario.

Hay una realidad evidente e inevitable: como ya comenté en los primeros capítulos, he superado los veinticinco años de ejercicio profesional y cumplo cincuenta años de vida, lo cual es doble motivo de celebración, pero también de reflexión. ¡Hay gente que a esto lo llama la crisis de los cincuenta!

Para mí el trabajo lo sigue siendo todo, sigo siendo de los que no entiende la vida sin él. Por mucho que cuando estamos de vacaciones, claro que anhelo mantener esa vida relajada y ociosa —cada uno entenderá lo de ociosa a su manera—, también soy de los que piensan que, si no trabajáramos, si no estuviéramos cansados y no tuviéramos esos días en que nos dan ganas de dejarlo todo, entonces esas vacaciones en las que nos decimos que debemos cambiar de vida no serían tales, porque ya tendríamos esa vida y, por naturaleza del ser humano, estaríamos buscando otra.


Hasta ahora, mi objetivo personal no pasa por dejar de trabajar; me gusta ser y ejercer de veterinario. A pesar de todas las jornadas interminables y agotadoras que llevo acumuladas, me sigo sintiendo satisfecho de lo que hago y me gustaría retirarme haciendo lo mismo que he hecho todos estos años: cuidar animales. Aún así, la edad es una evidencia que a todos nos cambia la manera de ver las cosas y nos hace pensar… Insisto: ¿será la crisis de los cincuenta? Puede ser pero, si la estoy padeciendo, tampoco soy de los que se rebelan contra lo que toca y hay que asumir, que hoy en día parece que está prohibido hacerse mayor.

Tengo ganas de seguir en lo que hago, pero quizá de manera más pausada, con menos prisas y disfrutando más de todo el proceso, lo cual, en el momento social que vivimos en que se exige inmediatez para todo, parece difícil. Conseguirlo depende de cada uno y de cómo nos enfrentemos a la vida y al trabajo cada día; una vez más, la clave está en nosotros mismos, no en los que nos rodean. Si queremos vivir de una manera, debemos empezar por tenerlo claro y luchar por ello.

En la clínica vamos a tope. Si habéis llegado a leer esta historia hasta aquí, habéis podido comprobar que, a pesar de aquella decisión que tomamos en su día de no crecer y mantener el trabajo de la clínica en un nivel estable, esto no ha sido del todo posible. Lo único que hemos conseguido es crecer de manera más lenta y ordenada… ¡Pero hoy en día todavía no hemos dejado de crecer! Las jornadas de trabajo siguen siendo intensas e interminables, requiriéndonos además un nivel de concentración máximo; debemos combinar el trabajo urgente con el rutinario, los casos complicados con la medicina preventiva, las emociones fuertes y duras o los fracasos con la alegría de recibir un nuevo paciente, la exigencia profesional con la rutina de la gestión de la clínica… Tras leer esto, seguro que más de uno se preguntará: ¿cómo es compatible todo eso, con la idea de este veterinario de vivir más pausado y disfrutando más de las cosas? Pues la respuesta no la sabe nadie, si no todos lo conseguiríamos. Yo, al menos, soy de los que defienden que, asumiendo ciertos cambios —que a veces no son fáciles—, es posible.

Como digo, tengo claro que hay que hacer ciertos sacrificios a nivel empresarial; un ejemplo claro es la reducción en el horario de atención de las urgencias clínicas que he comentado con anterioridad: empezamos atendiéndolas entre todos los integrantes del equipo veterinario de la clínica, y las veinticuatro horas del día, pero con el tiempo hemos decidido que es algo que tenemos que saber delegar en centros especializados si queremos estar fuertes para el trabajo diario. No es compatible atenderlas de esa manera sin crecer en personal, y nosotros recordad que decidimos no crecer en estructura de recursos humanos, con lo que la atención nocturna de las urgencias la tuvimos que externalizar. ¿Es un sacrifico? Desde el punto de vista empresarial claro que sí, seguro que mi amigo el de la multinacional me aconsejaría contratar más veterinarios y no perder esa oportunidad de trabajo. Por supuesto que a nosotros nos gustaría cuidar de nuestros pacientes a todas horas, pero asumimos que es imposible. Estos sacrificios empresariales por supuesto no deben implicar que nos estanquemos en nuestra evolución, para nada es nuestra idea, además eso es algo que, a pesar de lo que estoy intentado explicar aquí, me frustraría: necesito crecer como profesional para sentirme satisfecho… ¡Ese es el difícil equilibrio que hay que conseguir!


Algo también importante en esta etapa de la vida es que entra en juego otro factor importante: la resistencia física y mental. No es lo mismo el ímpetu y la energía de un chaval de veintiochos años —como era yo cuando abrimos la clínica—, que el de alguien que cuenta con medio siglo de vida a sus espaldas. Por mucho que nos empeñemos, la edad es algo que no deja de avanzar y, cada uno a su manera y con sus límites, todos sabemos que acaba pasando factura; en nuestra contra, como acabo de mencionar, la resistencia física y mental; a nuestro favor, la experiencia y la madurez. Sabemos hacer las cosas mucho mejor que antes, con más cuidado, menos posibilidad de error y seguramente de manera mucho más efectiva. ¿Que hacemos menos cosas pero las que hacemos las realizamos mejor?… Yo lo firmo desde ya, y ojalá lo hubiera podido hacer antes.  Me siento mucho más seguro con mis pacientes y sé que los puedo cuidar mejor.

Una vez más, como sucede con casi todo en la vida, esta mejora de saber hacer las cosas más pausados implica un nuevo sacrificio. Nuestra profesión va evolucionando a un ritmo espectacular, contamos con medios diagnósticos y quirúrgicos que hubieran sido impensables hace años; estar al día de todos ellos y poder ejecutarlos con seguridad requiere un nivel de formación constante impresionante, y eso no es más que mucho tiempo invertido en ello. La tendencia en la medicina veterinaria es parecida a la de la medicina humana: especialización máxima; es decir, hay que formarse tanto para llegar a ser especialista en algo que el resto de los campos de la medicina se dejan un poco de lado. Nuevamente creo que, a mi edad, hay que buscar y establecer un equilibrio entre el tiempo invertido en formación, el trabajo diario y la vida personal. Para mí, la solución pasa una vez más por elegir; por supuesto me gusta seguir formándome y aprender cosas nuevas, pero al mismo tiempo asumo una vez más que es imposible abarcar todo, que hay que apoyarse en otros compañeros que sí se han especializado en lo que yo no he podido y, por supuesto, que viene una generación de veterinarios más jóvenes que parece que puede con todo y a los que les toca hacer lo que hicimos nosotros en su momento: comerse el mundo y seguir haciendo que esta profesión evolucione todavía más.


Ya por último, para terminar este capítulo y esta historia, no quiero dejar de lado el aspecto humano y personal. Cincuenta años, hoy en día, es ser joven, pero… ¡son cincuenta años!, y la vida también está para vivirla. Las ganas de hacer cosas diferentes a las del trabajo diario van aumentando, es como si cada vez necesitara expandir más mis actividades para sentirme plenamente realizado, para comprobar que aprovecho bien el tiempo y, por qué no, para estar preparado ante una todavía lejana pero inevitable retirada de la primera línea de batalla laboral. Con un trabajo como el nuestro yo creo que uno nunca se ausenta del todo; es tan vocacional que en mayor o menor medida siempre estaremos pendientes de cuidar de algún modo de los pequeños peludos que nos rodean, pero las fuerzas irán disminuyendo y nos iremos viendo cada vez más limitados, hasta que inevitablemente llegue el día en que entreguemos los mandos a quienes nos releven y nosotros nos quedemos de consultores o tengamos que dedicarnos a otras cosas, y para que esto sea una transición exitosa hay que estar preparado.

Las horas del día, tengamos la edad que tengamos, siempre son las mismas, y estas no entienden de profesiones ni de ocupaciones, por lo que de una manera tranquila voy dejando que todo aquello que siempre me ha gustado hacer, y por concentración en el trabajo no me ha sido posible, vaya brotando y saliendo de nuevo poco a poco; es hora de ir retomando viejas u ocultas aficiones y de disfrutarlas nuevamente. Un ejemplo de esto es, precisamente, esto que estoy desarrollando ahora mismo y que me ha permitido contarte todo lo contenido en esta historia: la escritura; afición que siempre he sentido posible, que afloró de manera espontánea hace unos años, y que actualmente me ayuda, me hace sentir bien, y me permite conseguir dos cosas: cargar las pilas para alargar esa temida retirada todo lo posible, y a la vez estar preparado para ella.

A esta fase de la vida es a la que yo llamo de madurez; ¡la vejez será la siguiente!



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