El catedrático emérito Bob Collier, de la Universidad de Arizona, acaba de publicar un artículo de revisión sobre las posibilidades de refrigeración de la vaca lechera alta productora en la revista especializada Progressive Dairy.
El catedrático Collier comienza su artículo repasando las rutas por las que los animales pueden eliminar calor: conducción, convección, radiación y evaporación. Las tres primeras son rutas conocidas como “pérdidas de calor sensibles”, que necesitan de un gradiente termal para ser efectivas. La evaporación, por el contrario, funciona en base a un gradiente de presión de vapor, donde el factor crítico es la humedad relativa.
La combinación de la temperatura y la humedad ambientales son los factores fundamentales que conforman el cálculo del índice THI (por sus siglas en inglés: Temperature-Humidity Index), que ha sido revisado recientemente para reflejar la creciente sensibilidad a la temperatura ambiente por parte de las vacas lecheras de alta producción. La diferencia en gradiente termal, también es importante cuando se trata de mover el calor desde dentro del animal hasta su superficie (piel). Se ha demostrado que la temperatura superficial del animal tiene que estar por debajo de los 35ºC, considerando una temperatura corporal interna de 38ºC, para que el calor se disipe hacia la piel. Si la temperatura de la piel es superior a dicha cifra, se compromete el gradiente de temperatura entre el interior y la superficie del animal, y la vaca comienza a almacenar calor y aumentar su temperatura corporal. Esto tiene varias consecuencias negativas, como la reducción de la ingestión de alimentos, la bajada de la producción de leche y el compromiso en la función reproductiva. Además, la temperatura de la piel afecta a la frecuencia respiratoria, que cuando es elevada provoca una pérdida de bicarbonato a través de la orina y finalmente una acidosis metabólica. Una frecuencia respiratoria elevada también provoca que la vaca permanezca de pie para mejorar la eficiencia respiratoria, por lo que reduce su tiempo de descanso y rumia.
Las perdidas evaporativas ocurren a través del tracto respiratorio (jadeo) y de la piel (sudor), y se sabe que tanto el jadeo como el sudor aumentan significativamente cuando la temperatura de la piel es superior a 35ºC. Por otro lado, el catedrático Collier recuerda que las vacas son poco eficientes sudando, y que esta capacidad presenta una considerable variabilidad genética. Por lo tanto, existe una interesante oportunidad a nivel genético para mejorar el índice de sudor en el ganado vacuno, lo que mejoraría substancialmente la capacidad de la vaca lechera de afrontar el estrés por calor. Considerando además los costes cada vez mayores de la electricidad y el agua necesarios para mantener los sistemas de refrigeración mecánica en las granjas, el autor considera que este debería ser un área fundamental de mejora para la industria de cara al futuro.
Con respecto a la humedad relativa, se ha demostrado que la velocidad del aire puede mejorar sensiblemente la capacidad de refrigeración del ganado vacuno, incluso en casos de alta humedad relativa. La velocidad del aire afecta al ratio con el que el agua se evapora de la superficie de la piel: a mayor velocidad de aire, mas partículas de agua se eliminan de la piel, y la humedad del ambiente en la región colindante se reduce (lo que a su vez permite que mas moléculas de agua puedan disiparse hacia dicho ambiente). Por lo tanto, si la temperatura ambiental se encuentra por debajo de los 35ºC, se puede aumentar la evaporación por la piel del ganado simplemente aumentando la velocidad del viento (5,5-8 kilómetros por hora son suficientes para maximizar las pérdidas de calor por evaporación).
Para finalizar, el catedrático Collier recomienda planificar las estrategias de refrigeración evaluando los costes y sus beneficios, e invita a estimar los costes calculando la producción y reproducción media durante los meses de verano en comparación con la de invierno (cálculo aproximado de las pérdidas debidas al calor estival).