Montaña Cámara, catedrática del Departamento de Nutrición y Ciencias de los Alimentos de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), y directora de las jornadas “El reto de la sostenibilidad en la cadena alimentaria. El caso práctico del vino”, en los Cursos de Verano de la UCM, ha advertido del peligro de relajar la seguridad alimentaria en aras de evitar el desperdicio de alimentos. La catedrática explica que se trata no solo de comer lo que conviene a nuestra salud, sino también de que esos alimentos lleguen a las mesas de manera sostenible, tanto en lo que se refiere a su producción, procesamiento y distribución, e incluso, como exige la estrategia “De la granja a la mesa” de la Unión Europea, de los desperdicios.
Además, alerta de la relajación que se está observando en el cumplimiento de las medidas de seguridad alimentaria. “No hay que esperar a que se produzca algún problema serio para decirlo”, apunta Cámara, tal y como informa la Tribuna Complutense.
Su intervención se centró en Europa, donde se está desarrollando, dentro del “Pacto verde europeo” para el periodo 2020-2030, la estrategia alimentaria denominada “De la granja a la mesa”. Así, apuntó que en 10 años no se pueden conseguir grandes resultados: “Solo indica deseos de cómo quiere que sea la alimentación dentro de unos años, pero no desarrolla cómo hacerlo”, opina.
La estrategia “De la granja a la mesa” fija, en efecto, objetivos genéricos para 2030. Sobre la producción, por ejemplo, habla de una reducción del 50 % del uso de pesticidas o de llegar al 20 % de producción ecológica. “El problema es que no sabemos bien de dónde partimos ni qué resultados vamos consiguiendo”. La estrategia afecta a todas las fases de la cadena alimentaria, que hoy en día más que una cadena es un sistema en el que todos sus elementos están interrelacionados: producción, procesamiento y distribución, envasado y tratamiento de lo no consumido y reciclado. Los objetivos, como indica, afectan a todos: pequeños productores, grandes compañías y, sobre todo, a los consumidores”, índice.
La profesora fue señalando a lo largo de su repaso de lo planteado en la estrategia “De la granja a la mesa”, los aspectos que le parecen menos claros. Así, alude al etiquetado de los productos y cómo la distinción que se ha hecho entre los alimentos con “Denominación de origen protegida” y los de “Indicación geográfica protegida” no es clara, y mientras que la primera asegura que tanto el producto como su procesamiento y envasado se ha hecho en una misma zona geográfica; la segunda permite que provenga o se manipule en zonas diferentes. Tampoco la utilización de la información sobre la “huella de carbono” que deja un determinado alimento hasta llegar a la mesa es muy indicativa y provoca contradicciones, como que los productos cárnicos, que se creía que eran los que más huella producían, sean ya en algunos estudios superados, por ejemplo, por el queso, dada la gran cantidad de agua que se utiliza en su fabricación.
La legislación actual, entre otras muchas medidas, insta a los restaurantes a que entreguen las sobras a sus comensales antes de irse o, por ejemplo, a las carnicerías, pescaderías o tiendas de embutidos a que acepten servir sus productos en los envases que les llevan sus clientes. En ambos casos, opina Cámara, se están pasando por alto las medidas más esenciales de seguridad alimentaria, pero en cambio se sigue haciendo responsable a tiendas y restaurantes de la misma. “Me preocupa la situación y creo que no hay que esperar a que se produzca algún problema serio para decirlo”, concluyó.