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Coronavirus en el continuo de especies animales


Ramón A. Juste* 

La especie humana comparte su hábitat con numerosas especies animales domésticas y silvestres que han sido fundamentales para el desarrollo de las sociedades que le han dado el singular éxito biológico que ha alcanzado y que la ha colocado como la especie superior más extendida por el planeta. 

La pandemia de la COVID-19, provocada por el éxito biológico de una especie parasita mucho más simple, llama la atención sobre las interacciones de especies. Dado que, en general, la preocupación ha sido si los animales domésticos podían sufrir la enfermedad, actuar como reservorios o facilitar la transmisión, creo que es oportuno analizar si, de hecho, la relación humanos‐animales domésticos no podría haber tenido precisamente el papel contrario. Es decir, el de proteger frente a la infección precisamente por un fenómeno bien conocido empíricamente, pero escasamente generalizado, como es el efecto beneficioso que los patógenos animales similares a los humanos pueden tener en el desarrollo de defensas frente a las enfermedades causadas por estos últimos. Lo que, muy apropiadamente, conocemos como “vacunación” (transferir de la vaca), pero que en realidad, seguramente, solo sería un caso particular de lo que podríamos llamar “animalación” (transferir del animal). 

Evolución de la COVID-19

La progresión de la infección por el SARS‐COV2, nombre oficial del virus que causa la COVID-19, parece seguir un patrón similar en todos los países y regiones, una curva logística con un límite asintótico que es común a cualquier sistema de recursos limitados. Este límite al total de infecciones, parece quedarse muy lejos del total de susceptibles teóricos en el conjunto de la población. Concretamente, en Hubei, se ha quedado en unos 80.000 casos de un total de 60.000.000 de individuos potencialmente susceptibles, algo difícil de creer, incluso con aislamiento, si la transmisión más eficaz se produce cuando los casos son silentes. 

Un solo individuo contagioso sería suficiente para reiniciar un brote o para llevarlo a otra región. Asumiendo que los datos sean correctos, parece claro que la única explicación es que la exposición solo lleva a infección en un pequeño porcentaje de casos, de los cuales, un porcentaje todavía más pequeño evoluciona a enfermedad en función de factores genéticos y ambientales. Esto es muy difícil de probar, puesto que la capacidad de rechazar la infección antes de que se instaure depende de un tipo de inmunidad denominado innata que es inespecífica y que no deja huella detectable con los medios actualmente disponibles. 

COVID-19, vacuna de tuberculosis e inmunidad innata

El aprovechamiento de este tipo de mecanismo es lo que constituye la base para proponer que se aproveche la inmunidad de este tipo que genera la vacunación contra la tuberculosis para proteger a la población y frenar la expansión del virus. Efectivamente, se observa que la COVID-19 se presenta con la mitad de frecuencia en países con vacunación universal de tuberculosis en vigor y tasas de tuberculosis relativamente altas. 

Dado que numerosos países han estado vacunando a sus poblaciones hasta hace poco este es un factor que ya se está teniendo en cuenta en el estudio epidemiológico de la COVID-19. Esta línea es la que varios grupos veterinarios españoles estamos trabajando desde hace varios años usando una versión todavía más inocua de la vacuna de tuberculosis para la protección de distintas especies animales frente a diversas enfermedades. 

Esta teoría es compatible con la mencionada limitación en los casos de infección que estaría determinado por los grados de activación del sistema innato en las diferentes poblaciones. En particular, si se miran los mapas, está claro que se trata de una infección urbana que afecta mucho más ligeramente al mundo rural. Aunque eso puede deberse a la menor densidad de población en este ámbito, otra alternativa es que, como las alergias, la mayor exposición a la flora microbiana animal entrene a dicho sistema inmunitario para ser más eficiente en las primeras fases de la exposición a los agentes patógenos. 

El papel de las mascotas

En este sentido, sería interesante saber si las mascotas ejercen también un papel protector en la población urbana al proporcionarle, más allá del beneficio psicológico de poder romper el confinamiento, una fuente de biodiversidad microbiológica poco agresiva para la especie humana. 

En particular, una especie que podrá tener interés es la felina que, aparte de constituir un modelo en el que se ha recuperado el propio virus SARS‐COV2, personalmente, he observado asociada con algunos casos que han pasado la infección sin síntomas o con síntomas leves. Los gatos tienen una infección curiosa por coronavirus que puede ser totalmente asintomática o desencadenar una grave peritonitis. Es muy posible que si estos animales son portadores de estos coronavirus, aunque sean del grupo de los Alphacoronavirus, y no del de los Betacoronavirus al que pertenece el SARS‐COV2, hayan sensibilizado a sus propietarios con una versión atenuada del agente humano, como hacían las vacas con su viruela cuando se inventó la “vacunación”. 

Una vez más, los animales domésticos, además de su función primaria de proporcionar alimento, trabajo y materiales, han podido proporcionar un servicio ecosistémico, esto es, de elemento tampón en el complejo sistema de balances y equilibrios en el que se mueve la especie humana que, pese a todos los avances tecnológicos y culturales, sigue debiendo su existencia a un soporte orgánico perfectamente encajado en el orden Primates. 

Utilización ineficiente de los recursos

A mi parecer, en España (no ha sido así en otros países) ante una emergencia de este calibre, los recursos disponibles en el ámbito de la medicina, en su concepto más general aplicado al continuo de especies domésticas y silvestres, una vez más, no han sido usados de la forma más eficiente posible. Aunque, sin duda, el énfasis en los aspectos asistenciales inmediatos ha dado magníficos ejemplos de eficacia que, sin duda, son los más espectaculares, tenemos que considerar que quizá hayan retrasado y encarecido el funcionamiento de nuestro sistema social, al no aprovechar eficientemente todos los costosos recursos que nuestra compleja sociedad tecnológica y global puede poner en juego. 

No solo los conocimientos médicos se generan en modelos no humanos, sino que es en especies no humanas donde se desarrollan y se ponen a prueba las estrategias de gestión de poblaciones. Es en el continuo de la vida en el que ninguna especie deja de tener su impacto en todas las otras que comparten su espacio vital o ecosistema. 

En mi opinión, además de mantener los esfuerzos asistenciales y concentrarse en proteger a la población de más edad, que es la que está llevando la mayor carga de mortalidad, deben realizarse muestreos amplios de monitorización, investigar el papel de las terapias de refuerzo del sistema inmunitario inespecífico, incluyendo del papel de la dieta y el contacto con microbiota animal, sin romper de una forma tan dramática el tejido productivo. Todo ello, pese a las inevitables presiones para tomar las medidas más radicales, con absoluta confianza en que una buena base científica multidisciplinar puede marcar la diferencia que aleje miedos irracionales y reduzca el impacto de esta enfermedad en los balances del ecosistema en el que se desarrollan las sociedades humanas.

Reflexiones finales

En definitiva, me gustaría transmitir dos mensajes, por un lado que no olvidemos que, pese a las revoluciones médicas de las vacunas y los antibióticos, las infecciones siguen siendo una amenaza que precisa de todos los recursos disponibles (no solo a nivel social, sino fisiológico) y sobre todo de los más similares a nuestra propia composición orgánica. Para ello, no olvidemos que seguimos necesitando una ganadería que aproveche recursos pastorales imposibles para otros usos agrarios. Por otro, que no dejemos de invertir en investigación epidemiológica en enfermedades animales porque es en ellas en las que tendremos los modelos para luchar con eficiencia económica, no olvidemos que la solución radical del “muerto el perro se acabó la rabia”, es muy eficiente frente a la rabia, pero muy mala para el perro. 

Es decir destruir el metabolismo social para eliminar un problema de esta índole es una mala solución cuya evitación constituye el más puro sentido de la medicina. En este sentido, recordemos que lo mismo que el coronavirus viene del mundo animal salvaje, el mundo animal doméstico puede ser la clave para luchar contra esa y las próximas amenazas de este tipo que, sin duda, volverán a presentarse.



*Investigador en Sanidad Animal y Presidente de la Sección Veterinaria de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao.

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